Introducción
Es particularmente difícil presentar un recuento conciso y a la vez comprehensivo del alcance y contenidos de lo que se conserva en esta colección. Podemos decir que estos contenidos incluyen registros oficiales sobre asuntos legislativos, judiciales, fiscales, económicos, religiosos, militares, agrícolas y comerciales del Reino de Guatemala, área que entre la Conquista y 1821 incluía Guatemala, Belice, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica, así como lo que es actualmente el estado mexicano de Chiapas. Parte de los documentos se remontan al Siglo XVI. Por ejemplo, hay registros del Gobierno Municipal que datan de 1540, Reales Cédulas de fecha tan temprana como 1548, Autos judiciales desde 1572, Bienes de difuntos de 1574, registros de tarifas e impuestos desde 1577 y registros de hospitales desde 1579. Una cantidad considerablemente mayor de documentos datan del Siglo XVII, una vez que la administración imperial española se había expandido y consolidado.
Reunir y preservar estos documentos no fue en modo alguno algo accidental ni fue tarea fácil. La relación de la Universidad de McMaster con el Archivo General de Centroamérica comenzó muy poco tiempo después de mi primer viaje a Guatemala en junio de 1968. Esta visita marcó el inicio de una fascinación que duraría para siempre con un país al que he regresado más veces de las que puedo contar, irresistiblemente atraído por su historia turbulenta y su belleza física. En 1968 había que escribir una tesis doctoral que requería amplia investigación sobre la última época del período colonial y al poco tiempo de llegar a Ciudad Guatemala me dirigí al Archivo. A los pocos minutos estaba de pie frente al índice, un impresionante conjunto de alrededor de 18 tarjeteros con 60 gavetas cada uno, y comencé a echar una ojeada. Fue una experiencia extraordinaria: prácticamente cada gaveta que abría ponía ante mis ojos una cornucopia de material que prometía años de fructífera investigación. En cosa de días me reuní con Ribogerto Bran Azmitia, Director del Archivo, quien me comentó sobre los riesgos que enfrentaba la preservación de los documentos. Los originales, muchos de ellos con cientos de años, habían sobrevivido las mismas vicisitudes que se contenían en sus páginas y se estaban deteriorando a una velocidad alarmante. Los problemas de alta temperatura y de humedad, así como la contaminación atmosférica de Ciudad Guatemala no constituían una ayuda en este sentido.
Regresé a Canadá a tiempo para el semestre de otoño y concerté enseguida una reunión con con Will Ready, Bibliotecario de la Universidad y Profesor de Bibliografía. Le conté lo que había visto y oído en Guatemala. "Bueno, tal vez podríamos microfilmarles el Archivo", dijo Ready ante mi sorpresa y alegría. Se redactó una carta para Bran Azmitia, explicando nuestra propuesta. Su respuesta no se hizo esperar, desbordando entusiasmo y agradecimiento. Recuerdo bien sus últimas líneas, en las que Bran expresaba su admiración ante algo que le parecía milagroso: que siendo Canadá un país tan extenso, pudiera caber en el corazón de Guatemala.
Una vez asegurada la aprobación del proyecto por parte de Bran Azmitia, teníamos que afrontar la cuestión del financiamiento. "Estoy acostumbrado a los rechazos", me comentó Ready, "soy realmente un experto en ellos". Preparamos una propuesta describiendo la importancia de la empresa y la presentamos a la Fundación Canadiense Donner la cual, a pesar del irónico pesimismo de Will Ready, reconoció el valor del proyecto y nos proporcionó los recursos necesarios para emprenderlo, una suma considerable en aquel tiempo.
Llegados a este punto estaba básicamente concluída mi relación con el proyecto, que pasó a estar en manos de bibliotecarios, archivistas, empresarios y otras personas. Los camarógrafos microfilmaron en Guatemala los documentos más o menos en el mismo orden en el que los manuscritos estaban colocados en las baldas del Archivo e hicieron lo más que pudieron con el material frágil y a veces desvaído que tenían que fotografiar, usando el equipo disponible en aquel momento. La calidad de las imágenes fue la mejor que se podía conseguir en aquellas circunstancias y debemos recordar que el propósito del ejercicio era rescatar los manuscritos antes de que se deterioraran aún más. En algunas ocasiones quienes operaban la cámara nos advierten sobre páginas manchadas, o páginas en mal estado, o sobre material que es completamente ilegible. Otras veces no lo hacen. Sea como sea, el hecho es que entre 1969 y 1978, alrededor de 4,000 carretes de microfilm llegaron a la Biblioteca Mills de la Universidad de McMaster conteniendo la asombrosa cantidad de 6 millones de páginas de documentos que constituyen fuentes primarias del período colonial. Los documentos originales, naturalmente, permanecieron en Guatemala, así como una copia de todo el microfilm producido.
Los documentos están clasificados bajo cuatro categorías muy amplias: A1 - documentos del Gobierno Superior (en otras palabras legislación, edictos, etc., originados en el gobierno central); A2 - documentos de la Capitanía General de Guatemala (asuntos judiciales, militares y económicos); A3- Real Hacienda (documentos de auditoría, temas fiscales, moneda, impuestos, registros de los tribunales y de causas); B1- Documentos del Período Nacional. Los documentos se identifican por el número del legajo (que se abrevia como "leg"); después usualmente por expediente (abreviado como "exp") o número individual del documento. Estas designaciones se crearon en el momento de la filmación original; previamente se encontraban en varios miles de páginas en media docena de gruesos cartapacios que no anunciaban nada más tentador o ilustrativo que Asuntos varios o asuntos económicos para referirse al contenido de los carretes. El usuario de los microfilms de McMaster tendría que estar ampliamente preparado para revisar el material, pero habría una gran recompensa para el que lo hiciera con paciencia. El futuro, sin embargo, parece más prometedor. Ross Publishing ha convertido este conjunto de información en una herramienta de búsqueda electrónica de la colección que proporciona acceso a cada documento de acuerdo con su tema y que indica su localización en el carrete, a través de un motor de búsqueda. El investigador puede revisar y buscar en los títulos de las materias disponibles (650 en total) y también puede delimitar la búsqueda mediante rangos de fechas, legajo, etc. Ross expandirá esta información añadiendo índices adicionales de modo que cada documento microfilmado pueda ser más útil.
Si queremos hacer que la colección adquiera vida y si deseamos saborear un poco de la existencia en la Guatemala colonial, necesitamos visitar algunos de los documentos originales. Con frecuencia, la comunicación de un individuo con las autoridades puede revelarnos mucho sobre la sociedad del momento. En diciembre de 1641, por ejemplo, Diego Ordóñez escribía al gobierno describiendo su súplica desesperada (A3, leg 2804, exp 40580, carrete 2502A). En pocas palabras, Ordóñez tiene seis hijas, algunas ya casaderas. Si se quieren casar, necesitan tener dote. Si no hay dote, no hay matrimonio, y las muchachas sin dote solían terminar en el convento. Ordóñez suplica entonces una cantidad para sus hijas, y para sí mismo una encomienda (la concesión de autoridad sobre grupos de indígenas, lo cual teóricamente llevaba consigo la obligación de cristianizarlos y protegerlos a cambio de su trabajo o tributo). Según se refleja en el documento, Ordóñez se considera con pleno derecho a tal largueza por parte del estado, no en virtud de sus propios méritos, sino como reconocimiento de los de sus antepasados, ya que Ordóñez es descendiente de conquistadores. Muchos de estos descendientes de conquistadores se habían visto marginados en aquellos momentos y muchos, como Ordóñez, estaban sufriendo considerables penurias.
Los viajes dentro del Reino de Guatemala eran muy lentos, las comunicaciones eran difíciles y con frecuencia las autoridades capitalinas veían frustrados sus intentos de imponer su voluntad. Un ejemplo de lo anterior es el caso de Gerónimo de la Vega Lacayo (A3.5, leg 71, exp 1359, carrete 1567A). Vega parece haber sido un tipo pintoresco. Durante tres años ha sido alcalde mayor de Tegucigalpa. En 1772, la Audiencia (la Corte Superior de Justicia, que también estaba a cargo de algunas funciones administrativas) en Guatemala empezó a pedirle que se presentara en persona en Guatemala y que entregara recibos y otros documentos relacionados con los impuestos de ventas correspondientes a los años en los que había sido alcalde. Vega adujo que la falta de salud le había impedido viajar, inicialmente jactándose (como Ordóñez) de los grandes servicios que sus antepasados habían prestado a la Corona y reclamando a fin de cuentas que sus problemas en la región inguinal le imposibilitaban viajar en cabalgadura hasta Guatemala. Más adelante huyó a Nicaragua (evidentemente, sus problemas inguinales ya se habían curado), de donde las autoridades de Guatemala nunca pudieron hacerlo salir. Es un interesante caso de estudio sobre cómo las provincias podían burlarse de Guatemala, y cuán limitada estaba la autoridad de Guatemala sobre las áreas más distantes.
Un caso similar surge en A3.6, leg 2443, exp 35813, carrete 2361A, donde encontramos a Juan Ortiz de Letona, Juez de la Feria Ganadera, investigando desapariciones de ganado en El Salvador en 1793. A pesar de la política del gobierno colonial de prohibir las ventas de reses mientras eran llevadas de Honduras a Nicaragua para la feria ganadera en Chalchuapa, un número considerable de animales nunca llegaba a su destino. Ortiz descubrió que en las cercanías del Río Sucio y de ahí hacia el oeste había muchísima gente esperando para comprar ganado, "entregando dinero abiertamente para un número de reses cada vez, que los vaqueros se veían obligados a venderles, bajo amenaza de violenciaY"
La colección es una mina de documentos aduaneros y Registros de barcos, que tienen su propia historia que contar. En marzo de 1794, la fragata Santísima Trinidad, conocida también como la Galga, echó ancla en el puerto de Omoa en la costa del Caribe (A3, leg 2443, exp 35812, carrete 2361A). Entre la mercadería que traía de España estaba una caja con libros tales como los Salmos de David, las Epístolas de San Pablo, Cartas de Clemente XIV, una Vida de Carlos III, la Infancia del Niño Jesús- en fin, nada como para inquietar a la Inquisición (aunque durante esos tiempos sin duda entraban de contrabando libros subversivos). El resto de la carga es tal vez incluso más interesante, porque encontramos aquí entre otros objetos medias, sombreros, pañuelos, cintas, terciopelo, espejos, dedales, cuchillas, tijeras, candados, alambre, acero, coñac, aceite de oliva, tazas, jarras -en resumen, incontables objetos de uso diario que tenían que ser importados, por haber muy poca industria en Guatemala. Otro documento de este mismo carrete (exp 35814) es igualmente informativo. Aquí tenemos a la fragata Nuestra Señora de los Dolores preparándose para el viaje de regreso a Cádiz. Pero su carga consiste casi exclusivamente en pacas de añil, junto con una pequeña cantidad de tabaco, y una cantidad más pequeña aún de cacao, algunas botellas de bálsamo y varios miles de pesos de plata -una evidencia gráfica de la naturaleza monolítica de la economía de Guatemala.
Otras fuentes muy valiosas de la colección son los Bienes de difuntos (inventarios y valoración de las posesiones de personas fallecidas). Doña Micaela Bárcena, por ejemplo, quien murió en los primeros años del Siglo XIX, parece haber sido una dama de cierta fortuna. El inventario de sus posesiones nos permite echar una mirada muy cercana a su vida familiar y personal (A1, leg 2727, exp 23354, carrete 870A). En las paredes de su casa lucían 15 cuadros de Nuestra Señora (valoradas en 22.50 pesos). En su armario se guardaba un vestido color madreperla (valorado en 6 pesos), y sobre su cama había un cobertor de damasco (valorado en 1.40). En su mano brillaba un anillo de oro montado con un diamante rosado (valorado en 22 pesos). En su cuello habría dos hilos de perlas (valoradas en 43 pesos), y de sus orejas colgaba un par de aretes de perlas (valorados en 19.80).
En 1799, el Ayuntamiento de Guatemala discutía la contribución de las chicherías -cantinas en las que se servía chicha- a la embriaguez pública (A3, leg 2901, exp 43299, carrete 2532A). El orden público había sido motivo de seria preocupación durante varias décadas. El desempleo generalizado había traído consigo inevitables males sociales, de los cuales el acoholismo era solo uno, y había existido la esperanza de que la Sociedad Económica de Amigos del País pudiera remediar esta alarmante situación, diversificando la economía y creando oportunidades de trabajo. Estas sociedades patrióticas eran centros de pensamiento ilustrado y de experimentación en el mundo de habla hispana en las últimas décadas del siglo xviii. En el carrete 1190A encontramos una colección de documentos (A1, leg 4640, exp 39593) relacionados con la formación de una sociedad de este género en Guatemala en 1796. La Sociedad Guatemalteca prosperó brevemente pero aparentemente desagradó a Madrid por su considerable éxito y por sus propuestas de reforma demasiado radicales. En noviembre de 1799 se firmó una Orden Real instruyendo a la Sociedad a suspender sus actividades (A1, leg 1904, exp 12573, carrete 588A). La clausura de la Sociedad generó un intenso y perdurable resentimiento hacia España.
Juan Bautista de Irisarri era un inmigrante de Navarra y el más importante mercader de Guatemala en los últimos años del siglo xviii y en los principios del XIX. El carrete 2361A contiene A3.6, leg 2445, exp 35835, relativos a la llegada a Omoa en 1799 de un bergantín proveniente de Baltimore alquilado por Irisarri. En 1797, para aliviar las penalidades causadas por la guerra con Gran Bretaña, Madrid había permitido a los habitantes de las Indias comerciar con países neutrales empleando barcos que navegaran bajo banderas neutrales. Irisarri se apresuró a aprovecharse de esta autorización pero antes de que la nave que había alquilado llegaran a su destino, la condición de neutralidad de la nación bajo la que navegaba el barco fue revocada, e Irisarri se encontró con un cargamento de mercadería que ahora era de dudosa legalidad. Un detalle interesante es que el navío en cuestión llevaba una cantidad de panfletos subversivos en los que se denunciaban las restrictivas políticas mercantiles de España. Los panfletos, aparentemente, tuvieron amplia circulación, para consternación de las autoridades. Este documento proporciona una visión muy interesante tanto de las políticas comerciales como de la subversión a finales del período colonial. Irisarri murió en 1805. Su causa mortuoria (a1, leg 2728. Exp 23378, carrete 870A) es un documento fascinante que enumera las extensas posesiones, incluyendo el contenido de la biblioteca, de uno de los ciudadanos más ricos de Guatemala. El Archivo tiene causas mortuorias y bienes de difuntos correspondientes a varios siglos y arrojan mucha luz sobre la historia, social o de otro tipo.
Hemos hecho referencia aquí nada más que a once documentos del Archivo, que sin embargo proporcionan un gran caudal de información y pintan un animado retrato de la vida en la Guatemala colonial.
En estos documentos vemos una imagen amplia, detallada y sincera: una colonia desatendida, con una economía seriamente subdesarrollada. Vemos un patrón de riqueza a la que solo se accede mediante la explotación de la población indígena. La paralización de las oportunidades de comerciar con otras partes de las Indias y otros lugares, debido a las políticas imperiales, a la gama sumamente reducida de productos exportables o a la carencia de infraestructura. Un desempleo que conduce a una multitud de males sociales y un gobierno cada vez más preocupado con el rompimiento del orden ciudadano. Observamos cómo el manejo de Madrid sobre la colonia se vuelve cada vez más represivo e insensible a lo largo del período documentado, y que dentro de la misma Centroamérica, la propia Guatemala es insensible en su forma de tratar a las provincias, generando una creciente hostilidad hacia el gobierno colonial. El Salvador, Honduras y Nicaragua en particular saben que pueden con frecuencia desobedecer impunemente a una Guatemala que les agrada cada vez menos. No es de admirar, entonces, que muy poco tiempo después de la llegada de la Independencia en 1821, naciera una república federal cuya breve existencia estaría condenada a la violencia y el caos, y cuya eventual desintegración fue prácticamente una conclusión previsible.
Los documentos que constituyen los Archivos de Centroamérica son únicos como fuentes primarias, individuales y en su conjunto en la presente colección. Nos proporcionan en un golpe de vista un cuadro de pequeños detalles de una sociedad ya desaparecida y ofrecen una amplia base de datos que documentan las muchas facetas de los mismos hechos que recogen.
John Browning
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